[Londres, Inglaterra] [Y el otro: el Lichtenstein frío, opaco, sin emociones. El de los ‘Chinese Landscapes’.]
[Roslyn Sulcas] En una vista preliminar de ‘Lichtenstein: A Retrospective’ en el Tate Modern a principios de semana, un hombre empujaba en una sillita de paseo a un niñito mientras miraba sus obras de arte. Ambos estudiaron las pinturas con aparente e igual interés, lo que se podía entender, ya que los trazos marcados, los gruesos contornos gráficos y brillantes colores de la obra de Lichtenstein a menudo semejan las llamativas y coloridas ilustraciones de los libros infantiles y cómics.
Casi todo el mundo sabe cómo se ve un libro de Lichtenstein, incluso si no todos saben que se trata de un Lichtenstein. Las famosas piezas de pop-art, con sus balones de texto (“Oh, Jeff…, también te quiero Pero…” es el logo de la exposición y su aspecto de publicidad barata o pantallas de televisión pixeladas, son como las latas de sopa de Andy Warhol, tan reproducidas y reconocibles que pondrías no enterarte nunca de que se trata de un original.
Pero esta exposición (hasta el 27 de mayo), que estuvo con pequeñas diferencias en la Galería Nacional de Arte de Washington antes de venir al Tate, hace un brillante trabajo al agrupar pinturas que muestran facetas inesperadas de la carrera de Lichtenstein. La primera retrospectiva importante de su obra desde su muerte en 1997, empieza con sus piezas más tempranas, de antes de que se embarcara en el estilo de cómic que lo convertiría en uno de los principales exponentes de Pop Art, hasta sus últimas piezas, ‘Chinese Landscapes´, antes de su muerte a los 73 años.
Como escribió el crítico del New York Times, Holland Cotter, en su reseña de la exposición en Washington, “su obra no se parece a la de nadie, y algunas piezas todavía parecen frescas y audaces. Encapsula, al menos en sus primeros trabajos, el espíritu de una era. Ahora está incrustado en la cultura, y es improbable que se lo pueda extraer de ahí”.
Para alguien que no es un especialista en Lichtenstein (yo, por ejemplo), las piezas chinas fueron las últimas de una larga línea de sorpresas. La primera fue una habitación de piezas en blanco y negro, siguiendo los colores primarios de tempranas obras inspiradas en el cómic –entre ellas el trabajo que puso al artista en ruta hacia el éxito, ‘Look Mickey’, inspirado en las historietas de su hijo.
La monocroma habitación contiene, entre otras cosas, una enorme réplica de un cuaderno con una cubierta blanquinegra con patrones de remolino. Sin marco, la pintura reproduce, se convierte, en el objeto mismo en tamaño gigante al estilo de Alicia en el País de las Maravillas. Hay una pintura de una radio, amarrada con un cable de verdad; una tableta efervescente se disuelve en agua en una erupción de burbujas; una bola de cordel. Los objetos son en sí mismos poco llamativos, pero interpretados con tanta precisión en su forma en explosión que se convierten en extraños y en realidad bellos.
También fue una sorpresa la enorme habitación dedicada a homenajes a otros artistas: piezas que reelaboran, con el debido detalle lichtenstiano, obras de Picasso, Monet y Mondrian, entre otros. También hay un homenaje a Matisse en 1974, en la forma de cuatro enormes telas que cubren las paredes de una habitación más pequeña. Llamada ‘Artist’s Studio’, ofrecen una visión del taller mismo de Lichtenstein, lleno con algunas de las pinturas que acabamos de ver, pero sin figuras humanas.
Poner estas pinturas juntas en una pequeña habitación da al espectador el sentimiento de entrar a ese taller, y en la historia del arte; inmediatamente después viene la movida visión de una serie de espejos que no reflejan nada, e incomodan la inmersión en su trabajo.
Más conmovedoras, y alejadas de las explosiones de bombas y las sensibles mujeres de las famosas piezas de cómic, son los últimos ‘Chinese Landscapes’, que rinden tributo a paisajistas de la Dinastía Song (960–1279). Son delicados y finamente forjados estudios del mar y el cielo; los puntos están ahí, pero casi como un centelleo puntillista de niebla y nubes, con diminutas y nítidas figuras colocadas justo al borde de las pinturas, insignificantes manchitas en colosales paisajes.
Las ansiedades de la vida contemporánea, el apresurado impulso hacia el consumismo, el tenebroso espectro de la guerra y la violencia, y las banales superficialidades sobre las que giran las obras más famosas de Linchtenstein, aquí son dejadas atrás. El Lichtenstein reducido, frío, es una fascinante extensión del Lichtenstein que conocemos.
24 de abril de 2013
22 de febrero de 2013
©new york times
cc traducción c. lísperguer