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[Ahora sabemos que no la necesitamos y además nos causa innumerables problemas de salud].

[Mark Bittman] Beber leche es tan americano como la mamá y el pastel de manzana. Hasta hace poco, los estadounidenses eran alentados a beber cuatro vasos de leche (“el alimento natural perfecto”) de 227 mililitros al día no solamente por la organización de cabilderos llamada Asociación de Productores de Lácteos de Estados Unidos (American Dairy Association) sino también por padres, médicos y maestros. ¡Eso es prácticamente un litro! En realidad, no consumimos casi nada en esas cantidades; incluso nuestro consumo de refrescos per cápita al día es “sólo” de medio litro.
Hoy la recomendación del Departamento de Agricultura es de sólo tres vasos al día –tres cuartos de litro- para hombres y mujeres y niños mayores de nueve. Esto en un país donde casi cincuenta millones de personas no toleran la lactosa, incluyendo el noventa por ciento de los estadounidenses de origen asiático y el 75 por ciento de los afroamericanos, americanos-mexicanos y judíos. La página web del gobierno myplate.gov sugiere amablemente que la gente beba bebidas sin lactosa. (Hay que reconocer que ahora la leche de soya es considerada como un “lácteo”).
No se menciona el agua, que es la bebida natural perfecta; la página web simplemente nos anima a preferir la leche baja en grasa. Pero, dice Neal Barnard, presidente del Comité de Médicos por una Medicina Responsable, “el azúcar –bajo la forma de lactosa- contribuye con cerca del 55 por ciento de las calorías de la nata, dándole la misma carga calórica que la soda”.
Los productos lácteos contienen nutrientes, y para los que los prefieren, una o dos raciones diarias es probablemente suficiente. (Vale la pena observar que son mucho más fáciles de digerir como yogur o queso que como leche líquida). Pero además de la intolerancia, también existe la alergia a la leche: la segunda alergia alimentaria más frecuente después de la alergia a los cacahuetes, que afecta a 1.3 millones de niños, y que puede ser muy grave
Otras enfermedades no son fácilmente clasificables, y yo padezco una de estas. Cuando era niño y bebía leche en todas las comidas, sufría de indigestión crónica. (Recurriendo a mi Woody Allen interior, debo decir que debido a eso era tratado como si fuera un neurótico, lo que, honestamente, también era verdad). Durante mi adolescencia, se convirtió en acidez crónica, conocida hoy como GERD o reflujo ácido, y eso condujo a un hábito de Tums (sabor favorito: abedul) y, de adulto, a una dependencia de Prevacid, un bloqueador H2). Mi gastroenterólogo me aseguró que era benigno, pero no lo es.
Felizmente mi médico de cabecera de toda la vida, Sidney M. Baker, autor de ‘Detoxification and Healing’, insistió en que hiciera todo lo posible por terminar con mi adicción a Prevacid. Siguió entonces un periodo de siete años durante los cuales intenté varias “curas”, incluyendo pastillas de regaliz, jugo de limón, antibióticos, famotidina (Pepcid) y casi cualquier cosa que pudiera dar a mi pobre y dolorido esófago algún alivio. El doctor Baker me sugirió después que pese a mi dieta omnívora considerara tomar “vacaciones” de algunos alimentos.
Así, hace tres meses, decidí dejar los productos lácteos –como prueba. Veinticuatro horas después, mi acidez había desaparecido para no volver, aparentemente, nunca más. De hecho, puedo devorar linguine en salsa putanesca (con anchoas) e ir a dormir una hora después; otros pacientes de acidez quedarán impresionados. Quizá igualmente impresionante es que le conté esto a un amigo que tenía el mismo problema: siguió el mismo tratamiento y tuvo los mismos resultados. ¡Presto! ¡Adiós lácteos, adiós acidez! (Un tercer amigo no tuvo el mismo éxito. Esto no fue un experimento doble ciego y controlado, pero no se pierde nada con tratarlo.)
Enfermedades como la mía aparecen rara vez en el radar. Aunque el tratamiento de la acidez es un negocio que reporta más de diez mil millones de dólares al año, la solución puede ser tan simple como dejar de consumir lácteos. (Y es gratis). Lo que está claro es que la generalizada intolerancia a la lactosa, dice el doctor Baker, es “un muy buen indicio de que hemos pasado de beber leche humana cuando somos bebés a no necesitar la leche de ningún otro animal. E independientemente de lo que definas como un problema de acidez crónica –alergia a la leche, intolerancia a la leche, intolerancia a la lactosa-, la receta es la misma: evita todos los alimentos derivados de la leche al menos durante cinco días y ve qué pasa”.
El doctor Barnard agrega: “Vale la pena observar que la leche y otros productos lácteos son nuestra fuente más importante de grasa saturada, y que hay relaciones bastante evidentes entre el consumo de lácteos y la diabetes tipo 1 y la forma más peligrosa de cáncer a la próstata”. Luego, por supuesto, están nuestras nueve millones de vacas lecheras, la mayoría de las cuales viven vidas atormentadas y miserables mientras contribuyen de modo significativo al gas invernadero.
Pero ¿qué pasa con la bucólica vaca de la granja familiar? ¿Qué pasa con la densidad ósea y la osteoporosis? ¿Qué con mamá y el pastel de manzana?
Mamá: No sé sobre las tuyas, pero las mías están muy bien. El pastel de manzana (con sólo una capa rebosante de manzanas) estará perfecto.
Pero la vaca bucólica y la granja familiar apenas existen: “Dado el kafkiano sistema federal de mercadeo de la leche, es imposible que alguien pueda vivir produciendo y vendiendo leche”, dice Anne Mendelson, autora de ‘Milk’. “La excepción son las granjas lecheras gigantes, la producción industrial con instalaciones de diez mil a treinta mil vacas, que pueden utilizar el sistema, y los pocos pequeños productores que pueden salirse de este y vender directamente a un mercado asegurado, y que pueden permitirse el lujo de tratar decentemente a los animales”.
¿Osteoporosis? No necesitas leche, ni grandes cantidades de calcio para conservar la integridad ósea. De hecho, la tasa de fracturas es más alta en los países bebedores de leche, y resulta que la clave para la fortaleza ósea son los ejercicios y la vitamina D, que la puedes obtener de la luz del sol. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, la mayoría de los humanos no han probado nunca otra leche fresca que la de sus madres, y los habitantes de las ciudades no podrían acceder a leche fresca de vaca sin su producción industrializada. El gobierno federal no sólo apoya a la industria lechera gastando más dinero en productos lácteos que en cualquier otro artículo en el programa de almuerzos escolares, sino además en los últimos diez años ha contribuido con publicidad libre y subsidios por sobre los cuatro mil millones de dólares.
No hay nada antiamericano en la revaluación de estos programas pensando en la sensibilidad. Entretanto, pasémonos al agua.
18 de julio de 2012
7 de julio de 2012
©new york times
cc traducción c. lísperguer

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