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[Estados Unidos] [El debate sobre control de armas pone énfasis en una relación no comprobada entre crímenes violentos y enfermedad mental.]

[Richard A. Friedman] Tras la terrible masacre en una escuela básica en Newtown, Connecticut, la atención nacional se ha volcado sobre las complejas relaciones entre la violencia, la enfermedad mental y el control de armas.
El asesino, Adam Lanza, 20, ha sido descrito como una persona solitaria, inteligente y socialmente torpe. Y aunque no se ha hecho público el diagnóstico oficial, comentaristas de tómbola se han apresurado a afirmar que si impedimos que las armas lleguen a manos de personas aquejadas con enfermedades mentales contribuiríamos a solucionar el problema de los homicidios con armas de fuego.
Argumentando contra las medidas más estrictas de control de armas, el representante Mike Rogers, republicano de Michigan y ex agente del FBI, planteó que “el debate más realista debería girar sobre qué hacemos con los enfermos mentales que usan armas de fuego”.
Robert A. Levy, presidente del Instituto Cato, dijo al New York Times: “Para reducir el riesgo de actos de violencia con víctimas múltiples, deberíamos concentrarnos en la detección y tratamiento tempranos de la enfermedad mental”.
Pero existen abrumadoras evidencias epidemiológicas de que la inmensa mayoría de las personas con trastornos psiquiátricos no cometen actos violentos. Sólo cerca del cuatro por ciento de los actos de violencia en Estados Unidos pueden ser atribuidos a personas con alguna enfermedad mental.
Esto no quiere decir que la enfermedad mental no sea un factor de riesgo en actos de violencia. Lo es, pero en realidad el riesgo es pequeño. Sólo algunas enfermedades psiquiátricas graves se asocian con un riesgo incrementado de violencia.
Uno de los estudios más extensos, el estudio de la Zona Epidemiológica de Captación (ECA, por sus siglas en inglés) del Instituto Nacional de Salud Mental (NIMH, por sus siglas en inglés), que hizo un seguimiento de casi dieciocho mil sujetos, constató que la prevalencia de la violencia entre personas con enfermedades mentales graves –como la esquizofrenia y el trastorno bipolar- era del dieciséis por ciento en comparación con el siete por ciento entre personas sin trastornos mentales. Los trastornos de ansiedad, en contraste, no implican en absoluto riesgos mayores.
Antes que la enfermedad mental misma, es mucho más probable que el abuso del alcohol y de drogas resulten en conductas violentas. El estudio de la ECA del NIMH, por ejemplo, constató que era siete veces más probable que personas sin trastornos mentales con una historia de abuso de alcohol y drogas cometieran actos violentos que personas que no abusaron de ninguna substancia.
Es posible que previniendo que personas con esquizofrenia, trastorno bipolar y otras enfermedades mentales graves obtengan armas se pueda reducir el riesgo de masacres. Incluso la Corte Suprema, que en 2008 ratificó firmemente un amplio derecho a portar armas, respaldó al mismo tiempo la prohibición de que “delincuentes y enfermos mentales” puedan poseer armas de fuego.
Pero las masacres son acontecimientos muy excepcionales, y debido a que personas con enfermedades mentales contribuyen tan poco a la violencia general, estas medidas tendrían poco efecto sobre los asesinatos con armas de fuego tradicionales. Consideremos que entre 2001 y 2010 hubo cerca de 120 mil homicidios por arma de fuego, de acuerdo al Centro Nacional de Estadísticas de Salud (NCHS, por sus siglas en inglés). Pocos de estos homicidios fueron cometidos por personas con alguna enfermedad mental.
Quizás más importante es que no somos muy buenos a la hora de predecir quién es probable que sea peligroso en el futuro. De acuerdo al doctor Michael Stone, profesor de psiquiatría clínica en la Universidad de Columbia y experto en asesinos en masa, “la mayoría de estos asesinos son jóvenes que no son completamente psicóticos. Tienden a ser personas solitarias y paranoicas que guardan algún rencor y están llenas de rabia”.
Incluso aunque sabemos por estudios epidemiológicos a gran escala como el de la ECA, que un joven psicótico intoxicado con alcohol y con una historia de internamiento forzoso implica un alto riesgo de violencia, la mayoría de los individuos que satisfacen esta descripción son inofensivos.
Jeffery Swanson, profesor de psiquiatría en la Universidad de Duke y reconocido experto en la epidemiología de la violencia, dijo en un email: “¿Podemos predecir la violencia con algún grado de fiabilidad? La respuesta breve es no. Los psiquiatras, que usan criterios clínicos, no están en mejor posición de predecir qué pacientes individuales se tornarán violentos y quiénes no”.
Predecir una masacre es todavía más difícil, dijo Swanson. “Puedes hacer un perfil de los hechores después del crimen y lo que obtendrás es una descripción de jóvenes con problemas, lo que también se corresponde con la descripción de miles de otros jóvenes con problemas que no harán nunca nada parecido”.
Incluso si los médicos clínicos pudieran predecir la violencia con precisión, impedir que personas con enfermedades mentales se hagan con armas de fuego es más fácil decirlo que hacerlo. Casi cinco años después de que el Congreso promulgara el Sistema Nacional de Verificación Instantánea de Antecedentes Penales (NICS, por sus siglas en inglés), sólo cerca de la mitad de los estados han entregado sus expedientes de salud mental, y sólo en una pequeñísima cantidad.
¿Qué efectivas son las leyes que prohíben que pacientes de alguna enfermedad mental obtengan armas de fuego? De acuerdo a una reciente investigación de Swanson, estas medidas pueden prevenir algunos delitos violentos. Pero, agregó, “hay un montón de personas que no se inmutan con estas leyes”.
A Adam Lanza no le dejaron comprar un arma porque era demasiado joven. Sin embargo, logró hacerse con armas –las de su madre. Si realmente queremos impedir que jóvenes como él se conviertan en asesinos en masa, e impedimos la pequeña cantidad de violencia que se pueden atribuir a las enfermedades mentales, deberíamos invertir nuestros recursos en una mejor detección de estas en personas jóvenes, para tratarlas oportunamente.
El énfasis en el pequeño número de personas con enfermedades mentales que son violentas sirve para hacernos sentir más protegidos desplazando y limitando la amenaza de violencia a un grupo pequeño y bien definido. Pero la triste y aterradora verdad es que la inmensa mayoría de los homicidios son cometidos por personas aparentemente normales dominadas por impulsos agresivos demasiado humanos a los que proporcionamos un acceso casi sin trabas a medios letales.
19 de diciembre de 2012
18 de diciembre de 2012
©new york times
cc traducción c. lísperguer

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