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[Estados Unidos] [El consumo de lácteos es responsable de un montón de enfermedades comunes, como la acidez crónica, la jaqueca, el colon irritable, colitis, eczema, acné, urticaria, asma, problemas con la vesícula, dolores musculares, infecciones del oído, cólico, alergias estacionales, rinitis, infecciones sinusales crónicas, afta y otras más. Pese a ello, la casta médica y las autoridades sanitarias siguen recomendando su consumo].

[Mark Bittman] No es sorprendente que experiencias como la mía con los lácteos, descritas en mi columna (véase la traducción al español en mQh2) hace dos semanas, son más habituales de lo que se piensa, al menos de acuerdo a los casi 1.300 comentarios y e-mails que hemos recibido desde entonces. En ellos, la gente describe sus experiencias con los lácteos y problemas de salud tan variados como acidez, migraña, colon irritable, colitis, eczema, acné, urticaria, asma (“cuando dejé de tomar leche, mi asma desapareció completamente”), problemas con la vesícula, dolores musculares, infecciones del oído, cólico, “alergias estacionales”, rinitis, infecciones sinusales crónicas y otras más. (Una persona mencionó la ausencia de afta después de dejar los lácteos: “Me di cuenta de que no tenía afta –úlcera que me ha brotado en promedio una vez al mes durante toda mi vida- después de cuatro meses”. Es otra cosa en la que hay que pensar).
Aunque la intolerancia a la lactosa y sus generalizados problemas con el tracto digestivo están bien documentados, y se cree que las alergias a la leche afectan quizás al uno por ciento de la población estadounidense, los lazos entre la leche (o los lácteos) y un amplio rango de achaques no han sido bien estudiados, al menos no por el mundo médico oficial.
Sin embargo, si hablas con personas que han tenido este tipo de problemas reactivos, parecería que la casta médica es uno de los últimos grupos a los que deberías pedir ayuda. Casi todos los que se quejaron de acidez, por ejemplo, que resolvieron su problemas más tarde eliminando los lácteos, contaron que sus médicos (normalmente un gastroenterólogo) les prescribieron un bloqueador H2, o P.P.I., un fármaco (entre los más recetados en Estados Unidos) que bloquea la producción de ácidos en el estómago.
Pero –como las estatinas- las P.P.I. no tratan los problemas subyacentes, ni son “curas”. Sólo atacan los síntomas, no sus causas, y sólo son efectivos mientras el paciente los usa. Así, en los últimos días he leído decenas de historias como la mía, algunas de las cuales hablan de la exclusión involuntaria o incidental de los lácteos de la dieta –un viaje a China (donde la leche no es tan común), o unas vacaciones con amigos o familiares que no bebían leche- cuando los síntomas desaparecieron, seguido de su resurgencia después de reanudar la dieta “normal”.
Otros abandonaron los lácteos para evitar la crueldad animal, o como una decisión en su conversión al veganismo, y descubrieron, como escribió un lector, que: “Mi congestión nasal crónica de toda la vida desapareció al cabo de una semana, para no reaparecer nunca más”. Otros (me complace informar) leyeron mi columna y, como escribe un lector, “dejé inmediatamente los lácteos y dejé de tomar mis medicinas. Después de nueve días… dejé de tener acidez, pese al hecho de que he comido muchos productos que normalmente me la habrían provocado… Creo que es un milagro”.
Hay rabia y asombro, porque uno pensaría que con todo el tesoro de historias anecdóticas y al menos algunos estudios que relacionan los lácteos con problemas físicos, pocas personas empezaron esta suerte de auto-experimentación a sugerencia de sus médicos -es decir, los médicos que no pertenecen al campo “alternativo”.
Recibí un correo diciéndome: “Cuando pienso en todas las cosas que me he perdido debido a que tenía jaqueca, me siento con un poco de rabia enterarme de que la solución para mí era tan simple”. Cuando toda una vida de sufrimientos, incluyendo visitas al médico y fármacos, puede disolverse sin ningún cambio especialmente difícil en la dieta –un cambio que, cuando resulta, tiene tanto recompensas como sacrificios-, un cierto grado de frustración retroactiva parece justificable.
No quiero dar la impresión de que las respuestas fueron uniformes. Aunque estaban abrumadoramente sintonizadas con mi propia experiencia, hay personas que insisten en que los síntomas no provienen todos de la leche sino que de la leche “estadounidense” (algunos dicen que esto no ocurre en Europa), o de la leche pasteurizada (la leche cruda es la respuesta) o la leche de vaca (“la leche de cabra no causa esos problemas”) o la leche no cocida, o la leche no-orgánica, o sólo la leche –es decir, que el yogur y el queso no causan el mismo tipo de problemas. Otros sugirieron que no es la leche sino el café el problema (y para al menos un lector, ese era indudablemente el caso), o que la leche –como se pensaba cuando yo era niño y mi padre lo bebía para aliviar su úlcera- era relajante antes que irritante.
Todo esto, por supuesto, puede tener validez para algunos y ninguna para otros. (No me sorprendería para nada si finalmente se descubriera que los métodos de producción industrial, que incluyen alimentar a las vacas lecheras con alimentos que tienen problemas para digerir, producen un tipo de lácteos de mala calidad y de algún modo nocivos). Tomando en cuenta de que se trata de una experiencia generalizada, creo que si alguien con acidez crónica o con alguno de los achaques mencionados arriba se perdería una oportunidad si él o ella no intentaran curarse con una dieta sin lácteos. Como me escribió Erik Marcus, que publica Vegan: “hablando con otros veganos rara vez los oigo decir que se sientan demasiado diferentes después de dejar la carne o los huevos. Pero se oyen todo tipo de historias como la suya o la mía una vez que dejan los lácteos”.
Las historias recogidas aquí exponen problemas tanto con la agricultura [que incluye la ganadería] como con la medicina. Una vez que la agricultura estadounidense se obsesionó en producir la mayor cantidad de productos posible independientemente de los costes para la tierra, el agua, el aire, los animales y la gente, una de las tareas del Departamento de Agricultura fue tramar una estrategia para vender todos esos productos.
Así, vender y, por ello, consumir leche y otros lácteos –sean o no buenos para usted como individuo- se transformó en una tarea nacional. (También es efectiva: estamos en ruta hacia la producción de 91 millones de toneladas métricas de leche líquida este año, menos del quince por ciento de esta producción proviene de granjas pequeñas) Pero el trabajo de un departamento de agricultura no debería ser vender los productos que los granjeros pueden producir más eficientemente, sino estimular el crecimiento de productos que beneficien a la mayor cantidad de habitantes. Estos productos no son el maíz ni la soya, cultivados en gran parte para crear alimentos hiper-procesados o pienso animal (y, a su vez, productos animales), sino en aumentar la variedad de plantas que pueden ser comidas directamente por humanos.
En cuanto a la medicina: para muchos médicos los fármacos son la respuesta para casi toda enfermedad, una situación que conviene a la gran industria farmacéutica. Más de trece mil millones de dólares en P.P.I. se vendieron en 2010, de modo que si sólo el diez por ciento de las personas fueran ayudadas por un cambio en la dieta, los fabricantes de Nexium, Prevacid y Prilosec lo habrían sentido en el bolsillo. Sin embargo, no es el mismo tipo de dolor que sienten los millones de personas que tiene problemas con los lácteos.
[Foto viene del blog Veggie Revolution].
29 de julio de 2012
24 de julio de 2012
©new york times
cc traducción c. lísperguer

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