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[Recientes ataques de perros, con y sin dueño, han despertado a los enemigos de los canes, que exigen medidas de encierro y prohibición de reproducción de los perros hallados en situación calle, ignorando una vez más que la inmensa mayoría de los ataques contra humanos los provocan perros con dueño o guardianes y que el debate sobre el derecho a la reproducción está lejos de haber concluido].

[Claudio Lísperguer] A raíz de una desafortunada, casi siempre inoportuna sucesión de ataques de perros contra humanos, muchos comentaristas han vuelto a tomar la pluma para ofrecer soluciones a lo que llaman el problema de la sobrepoblación de perros callejeros. Pero muchas de esas contribuciones no ofrecen en realidad nada nuevo ni nada que conduzca ni a la solución de lo que ven como problema ni a solucionar el problema más apremiante, que es la situación de abandono de los perros que viven en la calle. Las dificultades comienzan con la definición misma del problema, y con los conceptos que se utilizan.
Uno de estos conceptos es el de sobrepoblación canina. En un artículo en La Estrella de Arica del 10 de octubre de 2012, escribe el autor que “si bien no hay un catastro oficial de perros vagos en la ciudad, un simple recorrido por el centro es suficiente para dejar al descubierto que existe sobrepoblación”. Y agrega, como prueba, “se puede ver en las fotografías”.
Este punto de vista se basa estrictamente en impresiones, que son modos subjetivos y necesariamente locales de aproximarse a la realidad. Independientemente de la razón por la que los perros se encuentran en la calle, tienden estos a concentrarse en lugares donde puedan satisfacer sus necesidades de alimentación y abrigo. Es por eso que se instalan en los mismos lugares en que se concentran los humanos por los mismos motivos: en calles comerciales con abundancia de locales de expendio de comidas –restaurantes, puestos callejeros, carnicerías, panaderías, pizzerías, rotiserías, mercados, pescaderías. Estas calles y lugares suelen los humanos construirlos en torno a sitios con concentración de humanos -instituciones estatales como ministerios y otras dependencias, juzgados, escuelas, plazas- para aumentar sus posibilidades de sobrevivir como empresas. Entre los humanos que se concentran en estos lugares hay también muchos que son compasivos o amantes de los animales, que les dan algo de comer y muchas veces un poco de cariño. Algunos incluso los adoptan a distancia –las madrinas o las amorosas viejas locas-, que los alimentan a diario y se ocupan de ellos cuando enferman o sufren algún accidente. En algunas ciudades –Santiago y Viña del Mar, entre ellas- la mayoría de los perros de la calle tienen tutores. Es posible que en otras ciudades esta situación sea diferente.

¿Recuerdan la matanza de los perros de la Plaza de la Constitución en Santiago, ordenada por la intendencia con ocasión de la investidura de la presidenta Bachelet en 2005? Esa noche, los funcionarios asesinaron a cerca de veinte perros. Todos esos perros –algunos de los cuales se salvaron porque los carabineros asignados a la plaza los escondieron en las furgonetas policiales cuando se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo y de las intenciones de los funcionarios- estaban bajo la tutela de personas que trabajaban en los alrededores (comerciantes, empleados públicos, trabajadores). Todos los perros asesinados estaban vacunados, tenían sus tarjetas médicas en orden y no eran agresivos ni peligrosos. Los sacrificaron por razones de ornato público, para que no estorbaran la ceremonia. ¿Cómo llega un funcionario a preferir el asesinato de esos animales en lugar de, por ejemplo, retirarlos del lugar y trasladarlos a caniles especialmente habilitados para devolverlos a los lugares donde viven? ¿Por qué es tan frecuente que las soluciones humanas ni siquiera sean oídas? En Valparaíso, después de la insistencia ciudadana, desde hace años autoridades y organizaciones animalistas cooperan para retirar a los perros de las calles y regresarlos a ellas después de las conmemoraciones del 21 de mayo.

Así, en los centros cívicos, los cascos históricos, los mercados, las instituciones gubernamentales (como intendencias, oficinas públicas) y las calles comerciales se suele ver a más perros que en calles de barrios más alejados de estos puntos. En muchos barrios puedes caminar durante cuadras sin encontrarte con ningún perro de la calle. Si pasáramos todos los días por esas calles, concluiríamos que en realidad en la ciudad hay pocos perros. Pero si tu oficina queda en el centro, o trabajas en la intendencia, o en un restaurante, tenderás a creer que los perros sobran. Ahora bien, el concepto de sobrepoblación es una tasa, un índice. No se puede decir que hay sobrepoblación porque a uno le parece que hay muchos perros en la calle. Para hablar de sobrepoblación tendrías que hacer un estudio para medir cuántos perros hay cada tantos humanos: ¿un perro por cada veinte habitantes, es sobrepoblación? ¿Un perro cada cinco humanos, es sobrepoblación? Los ciudadanos deben determinar qué es sobrepoblación: cuando hay un perro por humano, o cuando hay dos perros por humano en una ciudad determinada. En Chillán, por ejemplo, una de las pocas ciudades que cuenta con algunas cifras, se cree que hay un perro cada tres habitantes. ¿Es eso sobrepoblación? Tenemos que ponernos de acuerdo en establecer ese umbral. Pero decir hay sobrepoblación porque en las calles por la que transito hay muchos perros, no tiene ningún sentido, es una conclusión arbitraria y sólo sirve para reforzar prejuicios infundados.
El verdadero problema no es, pues, la sobrepoblación. Evidentemente, esta conclusión no borra a los perros en situación de calle, porque los hay. Pero la solución humana no es sacarlos de la calle y encerrarlos en caniles para que mueran en ellos, o mandarlos a matar (como hacía el alcalde Echeverría, de San Joaquín) sino rehabilitarlos y buscarles familias adoptivas. El perro en la calle se encuentra en una situación extrema de vulnerabilidad.

En el artículo que comentamos, el autor nos informa sobre las actividades de ayuda a los perros de la calle que realizan asociaciones animalistas de Arica: jornadas de adopción de mascotas, refugios temporales para mascotas halladas en la calle, rehabilitación, atenderlos médicamente. Una de esas organizaciones ha encontrado hogar adoptivo para ciento cincuenta chuchos. Estas son las iniciativas que han definido bien el problema, que es la situación de abandono, de vulnerabilidad y de sufrimiento de los perros en la calle. La solución es buscarles hogares adoptivos. Pese a que las autoridades no lo reconocen nunca, es gracias a la iniciativa ciudadana que muchos perros son puestos en ruta hacia hogares adoptivos, como ocurre en Chillán y otros muchos lugares.

En un editorial de La Estrella de Arica del 12 de octubre se ofrece una descripción totalmente torcida de los problemas relacionados con los perros: describe a los perros vagos como deambulando por las calles y avenidas y “provocando temor en los peatones”. “Resulta inconcebible que en una ciudad que se llama turística”, prosigue el articulista, “pueda tener jaurías de perros amedrentando a quienes transitan por los principales puntos turísticos de la comuna”. Para este diario, el problema es que los perros en la calle atemorizan a algunos ciudadanos (mi mamá, por ejemplo, le tenía mucho miedo a los perros en la calle) y perjudican los ingresos que se capturan por turismo. La solución y la culpa de todo esto la tienen las autoridades “que no habilitan un canil que albergue a los perros vagos” y los habitantes que “botan a sus perros a la calle”. ¿Pero para quién es esto una solución? El articulista sólo mira las cosas desde su propio punto de vista, y no se para en ningún momento a pensar en la vida que llevan o pueden llevar los perros considerados como personas similares a nosotros. Porque encerrar a los perros en caniles para que se pudran ahí no puede ser una solución desde el punto de vista de los perros. No entiende el autor que los perros pertenecen a la familia humana y que no corresponde de ninguna manera que vivan y mueran encerrados porque a algunos humanos les molesta ensuciarse los zapatos. En muchas legislaciones, y yo creo que la chilena también se puede interpretar de ese modo, el encierro permanente de los animales atenta contra su naturaleza. El artículo 5, a, de la Declaración Universal de los Derechos del Animal de Naciones Unidas, establece que “todo animal perteneciente a una especie que viva tradicionalmente en el entorno del hombre, tiene derecho a vivir y crecer al ritmo y en las condiciones de vida y de libertad que sean propias de su especie”. Los perros, incluso los vagos, no han nacido para morir encerrados. Esta propuesta de solución (encerrarlos en caniles) de La Estrella de Arica es, como mínimo, un delito o una incitación a la comisión de un delito de maltrato animal. Incluso en la aberrante Ley 20380 podría interpretarse que el encierro permanente de los animales constituye delito de maltrato.
Luego, el editorialista afirma que los perros vagos están en la calle porque sus dueños los abandonaron. Esta es una descripción igualmente infundada de la realidad. De hecho, por lo general, la gran mayoría de los perros en situación de calle son perros perdidos cuyos dueños abandonaron su búsqueda cuando perdieron la esperanza de volverlos a encontrar. Es evidente que para los perros perdidos la única solución humana es el rencuentro con su familia humana, no su encierro permanente.
Incluso desde el punto de vista de la salud pública, La Estrella de Arica, en el mejor de los casos, da palos de ciego. Los ataques caninos y las mordeduras son cosas que debiésemos prevenir, ciertamente. Pero para ello se debe considerar que la inmensísima mayoría de esos ataques los provocan perros con dueño, no los perros vagos. La medida para prevenir estos ataques son cosas como la obligación de dejar en manos profesionales el adiestramiento de los perros con funciones de guarda o los perros de patio para que su defensa del territorio o propiedad no termine con lesiones fatales de los infractores, y penalizar la negligencia cuando esos ataques se produzcan por instalaciones deficientes -como cierres perimetrales en mal estado o incompletos, y castigar de manera severa el adiestramiento criminal de los perros (los que los hacen vivir en condiciones de estrés para volverlos bravos, los organizadores de peleas de perros).

En ninguno de los comentarios y editoriales dedicados a los ataques de perros se ha mencionado ni una sola vez que en muchos casos, si no en la mayoría, los ataques son reacciones frente a agresiones humanas previas. Entre los perros, como entre los humanos, hay individuos agresivos, dominantes o autoritarios, paranoicos o con otros trastornos mentales. La mayoría de las situaciones conflictivas las solucionan los perros, como los humanos, con un extenso despliegue de conductas ritualizadas. En pocos casos terminan esos encuentros en agresiones físicas. Cuando ocurren, y especialmente cuando un can ataca a un humano, estamos frente a un hecho poco habitual que debe ser estudiado detenidamente. Además, los perros, como los humanos, tienen también una historia personal y la actitud hacia los humanos es influida por esta historia previa de su relación con humanos. Esto ocurre y se observa en todos los mamíferos e incluso algunas aves. No todos los animales silvestres son por definición salvajes ni representan todos automáticamente un peligro para los humanos, del mismo modo que los mamíferos saben que no todos los humanos representan un peligro para los ellos ni son todos humanos, salvajes. Por esto es imperativo que en los casos de agresión se estudie cada caso para determinar si la agresión es una respuesta a un maltrato humano previo o si estamos ante casos patológicos que requieran tratamiento médico. No nos gusta a los humanos ser mordidos, ni les gusta a los perros mordernos.

En fin, otra idea estrafalaria es que la solución para la imaginaria sobrepoblación es la esterilización de los perros de la calle. Si la sobrepoblación no existe, ¿cómo va a ser solución la esterilización? En primer lugar, pareciera que los partidarios de la esterilización creen que los perros vagos nacen de los árboles en la calle, y no en hogares humanos, que es de donde provienen los perros abandonados. En segundo lugar, es sabido que la tasa de reproducción de los perros en situación de calle es mínima, si no inexistente. En un plan de control de la reproducción lo único razonable es regular la reproducción de los perros con dueño, porque es aquí donde ocurre el descontrol. Esterilizar a los perros de la calle es una buena medida, pero ciertamente no es la solución para la reproducción descontrolada.

En una nota que publicó el diario El Llanquihue leemos declaraciones sorprendentes. La señora María Teresa Pinochet de la agrupación Amigos por los Animales, de Osorno, en el contexto de una sección sobre la esterilización de perros de la calle, dice que su organización esteriliza doscientos perros al mes y “en los dos años que llevamos, hemos logrado detener la población canina”. ¿Se refiere a toda la población canina de la ciudad? Sí es así, las campañas de esterilización de la asociación se inscriben en un plan general de control de la población canina, no en un plan de control de la población de perros callejeros. Sobrepoblación y esterilización no tienen nada que ver. Sin embargo, en Puerto Montt hay quienes quieren imitar el ejemplo osornino, pero interpretado de manera extravagante. En esa ciudad, dice la nota, “la única medida que existe para abordar el complejo problema de los perros callejeros, son las esterilizaciones masivas que realiza el municipio local, a través de una clínica veterinaria; iniciativa que ha contribuido a paliar las cifras, pero que no ha resuelto esta situación de manera definitiva”. ¿Qué quiere decir? Esterilizar a los perros de la calle no reduce la población canina ni brinda una solución a la situación de vulnerabilidad de los perros de la calle. Los perros de la calle vienen de familias humanas a las que pertenecían antes de ser abandonados o antes de perderse. ¿Quiere decir que esterilizando a todos los perros con dueño, habrá menos abandono? ¿Y por qué sería eso? ¿Existe algún estudio que demuestre que una causa del abandono es la preñez indeseada de los perros de la casa?
Esta misma idea caprichosa la encontramos igualmente en Calama. En un artículo de una extraña redacción se nos informa que en lo que va de año la municipalidad de Calama ha esterilizado a mil perritas (no dice si con o sin dueño), por lo que calculan que “son ocho mil perros menos en la calle, potenciales animalitos que después pueden quedar abandonados”. Es decir, aparentemente, han constatado las autoridades que probablemente el embarazo indeseado es la principal causa de abandono canino y por ello se puede interpretar de esa manera que si operas a mil perritas con dueño, te evitas ocho mil perritos abandonados en la calle u ocho mil perritos asesinados u ocho mil perritos repartidos entre familiares y amigos. Pero lo que algunos llaman la solución definitiva y ética y moral para los perros de la calle no es la esterilización –aunque debe ser parte de un programa integral de control canino- sino la adopción de los abandonados, la reunificación familiar de los perdidos y la detección temprana de los casos en que los perros puedan ser abandonados. La solución está más en la solidaridad y en el sentido de familia que en el bisturí.
Aun si fuese así, todos los esfuerzos por controlar la reproducción de la población canina en general no tendrán ningún resultado si no se prohíbe al mismo tiempo la crianza comercial de perros. Los perros que no van a nacer en una casa de familia, van a nacer en alguna de las numerosas y clandestinas fábricas de perros de raza, cuyos cachorros también correrán el riesgo de terminar en la calle. Además de su profunda inmoralidad (dar vida a seres vivientes por motivos de codicia), la separación de padres e hijos provoca a las madres un profundo daño emocional).

Pero estos programas están interviniendo antes de que se produzca un debate que deberá ser necesariamente público sobre temas como el derecho a la reproducción de los perros, sobre si debemos o no prohibir o restringir la reproducción comercial de los perros o su venta de cualquier manera, sobre si debemos permitir la separación de madres e hijos o si las perras que paren pueden o deben conservar al menos un cachorro para evitarles el terrible daño emocional que sufren cuando se las separa de todos sus hijos y de qué manera, en este caso, deberíamos proceder para dar en adopción a los otros cachorros. No tengo yo ninguna duda de que la crianza comercial de perros debe ser prohibida y considerada un delito grave, y creo igualmente que deberíamos prohibir la venta de perros, pero ciertamente estos temas deben convertirse en públicos antes de proceder. También tenemos que considerar cosas como la integridad psíquica de las madres caninas, acomodándonos al proyecto humano de compartir nuestras vidas con los chuchos y otros peludos y emplumados.
[La foto viene de Stop al Maltrato Animal].

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